En muchas religiones se cree que después de la muerte existiría una suerte de juicio final en el que se realiza un balance, un último ajuste de cuentas, sobre lo dado y lo recibido. A esto se le da mucha importancia porque se sabe que en el ajetreo del día a día es difícil mantener la perspectiva de la vida como un todo, un camino, con un principio y un término.
En la adolescencia tenemos una primera visión conjunta de la vida, hacemos un balance respecto a lo recibido y soñamos con lo que esperamos en un futuro, que nos parece infinito. Pero rápidamente sentimos el mordisco de la adultez y los ideales tienen que hacer un acuerdo con las necesidades. Nos sumergimos en el apremio del trabajo y las tareas, perdiendo la perspectiva del todo, salvo que ocurra un accidente o una tragedia.
Alrededor de los 40, muchas personas hacen un nuevo balance y se preguntan qué han recibido y qué están dejando en la vida. Si se hacen las paces con lo recibido comienza a surgir lo que
el psicólogo Erik Erickson llamó generatividad: una necesidad, tan importante como las biológicas, de contribuir a las nuevas generaciones o dejar un legado para el futuro. (...)