Juntos por una Iglesia joven y viva

En tiempos de pandemia, la tecnología nos ha permitido seguir conectados para vivir nuestra fe a distancia, de diversas formas y en distintas plataformas. Sin embargo, ahora que todo está más abierto y donde corroboramos lo fundamental de la presencialidad en nuestra vida de fe, vemos que nuestras iglesias y capillas están poco concurridas o abiertamente vacías.
Después de casi tres años de pandemia, sabemos que ésta ha tenido consecuencias negativas en la participación y que, junto al ahondamiento de la gran crisis de la iglesia, repercuten directamente en la vida de fe de todos.
Hoy, en Chile, el 42% de la población se declara católico, en comparación a un 67% de hace 12 años (Encuesta Bicentenario 2021), cifras que muestran una fuerte caída, sobre todo de los más jóvenes. Una señal clara de que vivimos un momento complejo de participación y confianza; sin embargo, nuestra certeza debe estar en la gracia de Dios y no en los medios humanos. Ahora, con la progresión positiva que ha tenido la pandemia, hemos podido recobrar la presencialidad y nuestra tarea misionera es poner a disposición de Dios nuestros limitados medios para que, así como “el viento sopla donde quiere” (Jn 3,8), el Espíritu realice su labor cuando y como quiera.
En este contexto de crisis, parece fundamental reflexionar en torno al rol que los jóvenes jugamos en la construcción de una Iglesia renovada, consecuente e inmersa en los tiempos. Entender que a las nuevas generaciones ya no les tocará vivir en un país permeado por una cultura cristiana, sino más bien en una sociedad cada día más individualista e inundada de las redes sociales, donde Dios no pareciera importar en la vida de muchos, y que nos invita a plantearnos cuál es el camino que debemos emprender para cambiar el rumbo de los próximos años como comunidad-Iglesia. (…)
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