Jesucristo: hijo de migrantes

La migración, percibida equívocamente como algo nuevo en nuestro país, nos abre a la pertinente pregunta sobre su lugar en nuestro camino de fe en Jesucristo. Del mismo modo, el desafío al que nos llama como acontecimiento cultural interpela nuestro quehacer nacional en distintos niveles y de diversas maneras.
La enseñanza social de la Iglesia ofrecida como vía de encuentro entre Dios y la cultura nos propone una perspectiva que tiende, en suma, a comprender la situación de un modo mucho más humano que técnico, intentando explicar que esto no ocurre necesariamente por una volatilidad de situaciones subjetivas, sino que existen, en la generalidad de los casos, razones suficientes para migrar.
Los relatos bíblicos ofrecen desde su inicio la característica propia del pueblo de Dios que se entiende migrante: Caín es condenado a vagar por el asesinato de su hermano Abel; Taré sale de Ur hacia Harán y Abram y luego a Canaán (Gn 4:10-14; 11:31-12:5). Abraham, Isaac y Jacob salen de sus hogares por falta de alimentos para ubicarse en Egipto, el Neguev y Filistea (Gn 12,42-46; 20; 26). Estas, entre muchas otras referencias, hacen posible identificar con facilidad que la historia de Israel está constituida esencialmente por el hecho migratorio y que, bajo esta perspectiva, impregna un acontecimiento característico del origen de la fe cristiana. La migración no es un episodio que se entienda como desafío presente, sino que ha sido una preocupación constante para la humanidad, con hondas raíces en la Historia de la salvación, en el cristianismo primitivo, como en la historia de la Iglesia. (...)
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