Católicos en tiempos de polarización

Hoy, nuestro país está viviendo tiempos de polarización, alimentada por múltiples causas: el sostenido y violento conflicto en la Macrozona Sur, los ecos de la violencia del estallido social, el descrédito de las instituciones, de los partidos políticos y de la “clase” política; también por la inseguridad (miedo) que a diario se vive a causa de la delincuencia y el crimen organizado, los casos de corrupción, las agudas situaciones de injusticia social y una creciente sensación de pérdida de libertad; en fin, la lista es larga.
A lo anterior se ha sumado un nuevo factor de polarización: los 50 años del Golpe de Estado. Este aniversario ha hecho prevalecer en la esfera pública el lenguaje de la polémica, la descalificación y la cancelación, donde muchos gritan y pocos escuchan.
Naturalmente, hay voces y espacios más esperanzadores, en universidades comunidades escolares, y organizaciones comunitarias, donde las personas están realizando un genuino ejercicio de reflexión, recordando y analizando con miras a entender lo que pasó antes y después del Golpe de Estado. No para justificarlo, sino para entenderlo. Para revisar por qué las posibilidades de diálogo y acuerdo político se fueron extinguiendo rápidamente, por qué el odio y la violencia política se tornaron incontrolables y los chilenos nos transformamos en enemigos. El derrumbe de la democracia, provocado también por la excesiva ideologización y los proyectos políticos excluyentes, dejó heridas hasta hoy abiertas, donde la más dolorosa es sin duda el trauma de las violaciones a los derechos humanos y la deuda de no saber aún dónde están los detenidos desaparecidos.
La entrega incansable de la Iglesia Católica y su Vicaría de la Solidaridad en la defensa de esos derechos fundamentales fue una señal de protección, caridad, esperanza y valentía que debemos valorar profundamente. Por lo mismo, hoy es sumamente importante que, especialmente los católicos, asumamos el compromiso ético con la defensa irrestricta de los derechos humanos, sin excepciones ni contextos que los relativicen. (...)
Católicos y no católicos, asumiendo nuestras diferentes y legitimas visiones acerca del presente y del pasado, debemos trabajar con la esperanza de que a través del diálogo podremos transformar los conflictos en un espacio de crecimiento, y en oportunidades de cambio y mejoramiento de la vida en sociedad. (...)
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